domingo, 26 de octubre de 2008

EL REY DE LA CASA

La casa quedó vacía. Ya se habían llevado todo, los muebles, las luces, todo...

Y yo me quedé ahí, en medio de esa gran desolación, girando sobre mí mismo, ausente, triste. Por una momento cerré los ojos; un ruido me hizo reaccionar y ne dí cuenta que no se habían llevado nada, que todo lo esencial estaba allí, en su lugar: el crujido de las tablas del piso, las pelusas de los años jugando con las corrientes de aire filtrándose por las puertas y las ventanas; las impresiones de todos los dedos en la pintura de las paredes, el brillo de los picaportes, de tanto aferrarse para abrir y cerrar ilusiones. Las grandes marcas de los muebles y las pequeñas de los cuadros, el redondel de la araña y las fantasmales manchas de humedad en los techos. Todo está ahí, como siempre. Y también estan los recuerdos: los nacimientos, las fiestas, los velorios, las frustraciones y las alegrías... No se habían llevado nada, dejaron todo lo que necesito para sentirme cobijado.
Encorvé, como siempre mi lomo, estiré mis cuatro patas, busqué lo único que se habían olvidado, mi almohadón. Me enrollé, ronroneando y maullando de placer, en medio de la casa que ahora sí, era totamente mía.