jueves, 11 de octubre de 2007

La gaviota herida

La gaviota herida


Atardece en la playa solitaria. El mar gris, a principios del otoño; el cielo, acuarelado en rosados y celeste intenso, con lengüetazos de oro y cintas carmín. Desde la confitería, frente al mar, junto a mi amada, miro, a través de la ventana, los remolinos interminables que crea el viento jugando con la espuma, formando volutas sobre la arena, y el agua golpeando la única roca, que aparece y desaparece traes el velo de la bruma.

Todo parece responder a un plan predeterminado, un juego incesante del cual ninguno de los elementos puede escapar… De pronto, se abre la puerta de la confitería y el viento hace volar una servilleta de papel de nuestra mesa, blanquísima, que se suma al juego, semejando una gaviota que picotea en la arena, planea sobre las aguas y se moja con la bruma. La gaviota gira y gira, alocadamente, impulsada por el viento… hasta que, vencida, se estrella contra la roca, desfalleciente. Sobre una de sus alas, veo el rojo sangre de una herida.

Vuelvo la vista hacia mi amada y tomo sus manos, que acaban de dejar sobre la mesa otra servilleta de papel, blanquísima, manchada de rouge…

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